Bromas aparte, lo que hoy voy a hacer es daros una pequeña visión de la Semana Santa desde dentro, el por qué es sencillo, este año al no salir las cosas estaban más a flor de piel; entonces pensé en expresar a la gente lo que muchos sentimos, al menos dando mi punto de vista sobre el tema.
Los previos son inecesarios, sólo comentaré la labor que hacen todas aquellas madres que visten a sus hijos e hijas para salir en procesión; de los nervios que se tienen cuando se baja en el coche, acercándose cada vez más al centro de la ciudad y de como cambía el mundo cuando te pones el antifaz.
Una vez lo haces eres hermano de la hermandad que seas, totalmente anónimo, la gente te mira con respeto y te deja paso, pues saben que vas a procesionar y tienes que llegar a tu iglesia; en mi caso (el Gran Poder) es más peculiar, pues saben que no hablamos ni damos nada a los transeuntes, hasta hacen que los niños nos miren con una seriedad que no es normal.
Llegar a la basílica es calibrar con lo que te vas a enfretar esa noche: calor, frio, viento... o gente, si las calles ya están llenas previo a que se salga, significa que Sevilla entera ya está esperando a que salgan los pasos de la Madrugá.
Una vez se hace la curva de Pescadores solo los hermanos pueden pasar, un remolino de túnicas negras y capirotes que hace que todos seamos iguales, al llegar a la puerta nos descubrimos y entramos a esperar.
Aquí se situa uno de los momento que me resultan especialmente agradables de la noche, el ver a la misma gente que el año anterior, abrazarlos y comentar brevemente que ha cambiado en ese año, ciertamente durante una noche se es hermano del que te acompañará; sereís los que os ayudeís a poneros los capirotes cuando llegue el momento, los que sostendreís los cirios mientras se ajusta el antifaz y sobre todo los que cuando vean tropezar o algo así comprobarán si va bien.
Se abren las puertas a la una de la madrugada y una bocanada de aire te permite respirar, comienza una senda que dura seis horas y de la cual solo diré alguna pincelada de los sitios más mágicos: la plaza del Duque impresiona por la gente que espera con cara de ilusión; la Catedral con su oscuridad y solo las oraciones del sacerdote; Zaragoza con el paso de la Esperanza de Triana y Virgen de los Buenos Libros, donde el sol comienza a salir muchos años (cuando la Semana Santa es demasiado temprana no).
Se llega siete hora después de haber salido, con todo el cuerpo cansado y molido, con una sonrisa en la cara, se ha logrado y ahora sólo queda esperarlo. Viene envuelto en incienso, con la luz del amanecer recíen despuntado, sólo con la voz del capataz como único sonido; llega al pórtico y se gira, para no dar la espalda al público que estaba en la plaza esperándolo, avanza de espaldas hasta el altar y allí se se queda ya quieto, por mucho que no lo haya visto toda la noche ha estado ahí con todos los que íbamos, es la fuerza que te hace dar un paso más cuando los pies te matan o levantar el cirio cuando ya tienes el brazo agotado.
Sólo queda la vuelta a casa, desvertirnos y desayunar; comentar las poquillas cosas que te han podido pasar esa noche y dormir...
*P.S: Esta tira tenía que haber salido la semana pasada, pero por motivos de falta de tiempo no he podido completarla hasta hoy.
P.S.2: Fue de nuevo 1 de mayo, un nuevo cumpleaños que mi abuela ya no cumplirá, simple frase para decir que echo de menos un día del trabajador con la que fue una gran trabajadora.